• No debemos usar las chanclas continuamente al provocar diferentes problemas.
  • En caso de existir ampollas, hay que utilizar calzado transpirable o chanclas hasta que la cobertura cutánea se haya repuesto.

 

La base sobre la que se sustenta todo el ciclo de la marcha son los pies, de ahí la importancia de su cuidado, independientemente del tipo de actividad.

Durante todo el año, el pie permanece encerrado en un calzado cubierto completamente, con un ligero tacón y, en general, rígido. Sin embargo, en verano todos nos relajamos y somos mucho menos estrictos con lo que cubrimos los pies que en invierno.

Las altas temperaturas, el pasar parte del tiempo en la playa o la piscina, hacen que el uso de chanclas se extienda a las 16 horas del día que estamos en pie.

Pero las consabidas chanclas no siempre son lo mejor. Lógicamente se recomiendan en piscinas o playas cuyo uso evita el contagio de enfermedades de los pies en estas fechas como son los hongos o las verrugas plantares.

Pero no debemos usarlas continuamente, sobre todo aquellas chanclas con la goma separadora entre el dedo gordo y los demás.

Si usamos este tipo de calzado para caminar todo el día, se produce la tendencia a que el resto de los dedos se encoja a modo de garra para poder sujetar la chancla, ya que no tiene sujeción en el talón.

Otro problema deriva de su uso en personas con pies planos o con poco arco, donde se tiende a sobrecargar la zona interna de los pies. Si el calzado carece de este arco y además, caminamos todo el día con este tipo de chanclas, se sobrecargará mucho el pie y aparecerá el dolor.

El verano provoca en los pies el calor y el sudor la aparición de las temidas ampollas. Siempre que la temperatura corporal se incrementa, comenzamos a sudar.

La finalidad es enfriarnos. Además, para que la piel se enfríe se incrementa el aporte vascular a las extremidades, sobre todo a las piernas. Esa vasodilatación provoca inevitablemente que los pies se hinchen y cuando eso ocurre, el calzado queda pequeño y aparecen las ampollas o las rozaduras.

Muchos pacientes me preguntan cuando aparece una ampolla si hay que explotarlas.

Pues depende.

Inicialmente, si la ampolla no se roto, se debe dejar sin romper y colocar un apósito tipo segunda piel y esperar que poco a poco se vaya vaciando.

El caso que se ha reventado, deberemos hacer la misma operación pero no retiramos la piel que recubre a la burbuja. Se debe cambiar el apósito a los días y cuando éste se haya caído o retirado parcialmente.

La piel es la barrera que nos protege de las infecciones. El hecho de que haya una ampolla y la piel se dañe, supone una grieta en el muro cutáneo y es una puerta de entrada fácil para las infecciones, que dicho sea de paso, es la mayor complicación de las ampollas.

Al manipularlas debemos ser cuidadosos y las manos deben estar siempre limpias. Lo mismo a la hora de caminar.

Ojo al andar descalzos y la posibilidad de contaminarlas con suciedad como polvo o tierra. Lógicamente, no usaremos el mismo calzado que ha provocado las ampollas hasta que se hayan curado. Calzado transpirable o chancla hasta que la cobertura cutánea se haya repuesto.

Una vez curadas, importante usar preparados para reducir la transpiración del pie, calcetines ligeros y calzado no muy apretado o justo y que pueda dilatarse cuando el pie se inflame y provoque las rozaduras primero y ampollas después.

La otra estructura de los pies muy susceptible de dañarse en verano son las uñas, sobre todo las del dedo gordo. Por el calor y el sudor, es muy frecuente que se inflame el llamado labio de la uña, las comisuras del dedo, sobre todo la que une con el segundo dedo.

Ese labio se inflama debido al sudor acumulado en la zona, provocando una irritación y que la uña queda encarnada en la piel.

Eso provoca dolor al caminar, el lateral del dedo permanece enrojecido e inflamado. Incluso es posible que, con el paso de los días, se sobreinfecte la zona y nos encontremos con el calcetín manchado de un exudado purulento y maloliente.

Es muy importante que la zona quede bien seca una vez duchados, con una gasita intentando que no quede nada de humedad en la zona. Usaremos un calzado amplio y transpirable.

Si el dedo no mejora, deberemos acudir al podólogo para que sanee la uña recortando el lateral de la misma, lo que hará que disminuya la presión de la uña sobre el labio del dado, cediendo de forma prácticamente inmediata las molestias.

La aparición de uñas encarnadas en el resto de los dedos es improbable aunque también pueden aparecer. Si seguimos corriendo o saliendo a caminar, debido al sudor es posible que el pie en cierto modo baile dentro de la zapatilla.

Eso provoca un continuo golpeo de los dedos contra la punta de la zapatilla. Ese golpeteo repetido puede provocar hematomas debajo de las uñas y que éstas queden de color negro debido a la sangre acumulada debajo.

Además, suelen ser dolorosas debido a la presión que provoca esa sangre subungueal. La manera de reducir la inflamación consiste en puncionar la uña con una aguja. De esta manera la sangre saldrá por ese orificio y el dolor se reduce de manera importante, así como la presión.

El crecimiento y la estructura de la uña no se resentirá. Deberemos ver si nuestro calzado queda demasiado justo en lo que a la punta se refiere. Es mejor elegir algún número más y no tendremos ese problema.

El cuidado de los pies debe ser cuidadoso todo el año pero es en verano donde sufren más por lo que tendremos que prestar más atención para evitar tener problemas que nos amarguen las vacaciones.