“Tengo un recuerdo muy claro de mi primera guardia como residente MIR de Traumatología en el hospital que me enseñó a ser el traumatólogo que soy, el Gregorio Marañón de Madrid».

 

El Dr. Javier Roca sentado primero por la derecha. Dr. Antonio Ríos, de pie tercero por la derecha. Dr. Fahandezh de pie, tercero por la izquierda.

El jueves pasado me contaba mi mujer Ana que era el 25 aniversario de su primer vuelo como azafata. Trabajaba entonces para la extinta compañía Aviaco y lo comentaban con nostalgia en el grupo de wasap de sus antiguos compañeros. “Fue un Madrid-Santiago de Compostela-Madrid. Lo recuerdo perfectamente. También recuerdo que estaba tan nerviosa que las tazas de café las llenaba muy poquito, no fuera a ser que con el traqueteo del avión, se derramara y provocara un desastre” –comentaba con la clara noción de lo rápido que transcurre nuestra vida–. Sin darnos ni cuenta, ¡zas! Han pasado 20 o 25 años. Después de ese primer vuelo otros cientos para Aviaco primero e Iberia después.

Yo también tengo un recuerdo muy claro de mi primera guardia como residente MIR de Traumatología en el hospital que me enseñó a ser el traumatólogo que soy hoy: el Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid.

Es una ciudad más que un hospital dividido por especialidades: el Infantil, la Maternidad, el Oncológico, el General, el Oftálmico.

No recuerdo cuántos traumatólogos había en ese momento, más de 30 quizás. Residentes éramos 15, tres por año de cada uno de los cinco en los que se compone la especialidad de Traumatología.

La urgencia de un hospital tan grande era enorme. Únicamente de Traumatología éramos 5 personas de guardia, dos adjuntos y tres residentes MIR (uno veterano, uno medio veterano y un novato). Durante el día, la sala de Trauma era un hervidero de camillas y estaba dividida en varias pequeñas consultas separadas unas de otras por cortinas. De tal forma que si un “novato” tenía alguna duda con un paciente, bastaba con salir del box corriendo la cortina, acercarte al contiguo y enseñarle la radiografía a los más veteranos, que gustosamente te daban su opinión o incluso acudían a valorar al paciente.

Mi compañero Homid Fahandezh y yo, recién llegados al hospital, sentíamos una mezcla de preocupación, ilusión y expectativas respecto de las guardias. Estuvimos un mes rotando por la Urgencia, aprendiendo el sistema, el circuito y los protocolos. Mientras tanto estudiábamos a contrarreloj y absorbíamos todos los conocimientos que se ponían a tiro. En unas semanas “nos soltarían” en la Urgencia y debíamos estar preparados.

Mi primera guardia

Y llegó el día, mi primera guardia de 24 horas de mi vida.

No recuerdo quiénes eran mis adjuntos esa jornada, pero recuerdo perfectamente quién fue mi residente mayor: el Dr. Javier Roca. Un excelente traumatólogo y mejor persona. Paciente con los errores y dispuesto a enseñar sin un mal gesto. Lo que tiene que ser un residente mayor, preocupado por los residentes novatos.

El día transcurrió con normalidad. No tengo ningún recuerdo de lo contrario. Se trabaja sin descanso y en un día normal se pueden ver más de 100 pacientes de Traumatología. Pero el problema de las guardias no es el día, es la noche.

Nunca me han gustado las noches en un hospital. El ambiente es más triste, lógicamente más oscuro y el ritmo de trabajo es otro. Pero las desgracias, los accidentes siguen ocurriendo, tanto o más que durante el día.

Fueron mis primeras canas por la preocupación por un paciente, mis primeros actos como traumatólogo responsable. Es algo que nunca se olvida. Son las pequeñas cicatrices que curten la carrera y el carácter de una persona

Las noches se dividen en turnos entre los residentes. Si es un día tranquilo, se puede partir desde las 00:00 hasta las 8:00, en tres turnos: de 00:00 a las 3:00, de 3:00 a 6:00 y de 6:00 a 8:00.

Algunos residentes mayores sorteaban los turnos de manera democrática. Otros tiraban de galones y se adjudicaban el tercero directamente. Salvo catástrofe, el poseedor del último turno dormía desde las 00:00 hasta las 6:00 horas del tirón.

El peor turno es el del medio. Si tienes el primero, haces tus horas y te vas a la cama hasta las 8:00. El del medio duerme poco. Si llaman al del primer turno se despierta, luego está el suyo y sólo tiene dos horas para poder descansar.

Como buen novato se me adjudicó el segundo turno.

Nos fuimos a descansar a una habitación con literas y un baño que era donde descansábamos los residentes. Si no quedaba ningún paciente, los tres residentes íbamos a la cama y la enfermera de turno llamaba al teléfono de la habitación si había algo.

No dormí nada. Ni siquiera un poco, nada. “Seguro que en mi turno viene alguna herida complicada o un accidente múltiple” -pensaba. Cada poco rato miraba el reloj. El turno de mi compañero pasó sin llamadas. Menuda suerte.

Suena el teléfono. “Dr. Ríos, tienes un paciente para ver” -comentó Esther, la enfermera de ese día. Maldigo mi suerte y bajo a urgencias, arrastrando los pies el tramo desde la habitación a la Urgencia.

Al llegar, la estancia está a oscuras excepto un box. Un hombrecillo de mediana edad, en evidente estado de embriaguez, relata que le han dado una paliza en la discoteca. Los porteros no sólo no le han permitido la entrada sino que le han dado con una porra extensible (eso me pareció entender) en la corva de la rodilla. Se quejaba mucho. Tras explorarle y ver la Rx no vi nada raro, pero el hombre no paraba de decir cuánto dolor tenía. Dudé. No me quedaba tranquilo así que agarré la Rx y fui al cuarto de la guardia.

-Javier, Javier…dije en voz baja mientras tocaba el hombro con suavidad de Javier Roca, el residente mayor. Se dio la vuelta en la cama y parecía escuchar lo que le estaba diciendo. Le conté un breve resumen de lo que el hombrecillo me dijo y mi impresión.

Tranquilamente, se sentó en la cama, cogió la Rx y la miró en dirección a la lámpara del techo, buscando el trasluz para ver mejor la imagen. Tengo que decir que la habitación estaba a oscuras, que la lámpara estaba apagada que no se veía un pimiento.

-No tiene nada -aseguró Javier mientras me devolvía la radiografía y se metía de nuevo en la cama. Comenzó a roncar a los 10 segundos.

Me quedé aliviado. Bajé a Urgencias, le puse una venda y le mandé tratamiento.

A la mañana siguiente en el desayuno le di las gracias a Javier Roca.

-Gracias Javier por tu ayuda ayer con el paciente ese de la discoteca.

El Dr. Roca me mira con el ceño fruncido y responde: “¿Qué paciente? No recuerdo nada. Se encoge de hombros y sigue masticando la tostada de mantequilla.

Casi me da un soponcio.

Ya me imaginaba al paciente con una lesión muy grave, con la pierna amputada o algo peor. Recuerdo que me pasé toda la mañana en Urgencias por si volvía. Durante toda la semana pregunté a los compañeros de guardia, pero el hombrecillo no apareció, por suerte.

Fue mi primera guardia, mis primeras canas por la preocupación por un paciente, mis primeros actos como traumatólogo responsable.