Reto. Escogí la capital andaluza para mi decimoquinta por ser un recorrido plano, cerca de casa, gran ambiente…
Tiempo. 3:25’25’’, media hora más rápido que mi debut maratoniano
Antonio Ríos, con Marimí e Ilde.
Cuando la adrenalina de las maratones, el placer y el sacrificio de entrenar, cuando la forma física no sólo no se estanca, sino que sube otro peldaño, buscamos sitios donde medirnos, carreras donde competir contra sí mismo, contra la marca de la última carrera. Por eso escogí Sevilla para mi decimoquinta maratón. Un recorrido plano, cerca de casa, gran ambiente; en resumen, todos los ingredientes para vivir una experiencia de esas que luego cuentas a los nietos, en el siguiente libro o simplemente uno se guarda para sí mismo. Los augurios eran favorables. Como pasa con los estudios, uno sabe perfectamente si ha estudiado lo suficiente para ir con cierta tranquilidad al examen. En lo que a la maratón se refiere, había hecho los deberes, como nunca me atrevería a decir. Las series a las 6:30 de la mañana por la Urba de Roquetas, no se hacían cuesta arriba gracias a mi amigo Fran. Le dices el ritmo al que hay que hacer los dos miles, se lo graba en su cabeza y te lleva clavado. Las tiradas largas también fueron divertidas gracias a mi compañera para esa maratón, Marimi. La teniente Oneil a su lado es la madre Teresa, en cuanto a disciplina y constancia, pero siempre lo hace de tal manera, que los veintipico kilómetros son hasta divertidos y siempre fructíferos.
Así que nos plantamos en Sevilla mi amigo Lorenzo García, que además es mi entrenador personal con el que trabajo la fuerza en su centro Activo de El Ejido, mi amigo Ildefonso Román, mi entrenador y triatleta y Marimi García, dispuesta a hacer de liebre para mi y conseguir que alguien como yo pueda bajar de 3 horas 30 minutos, cosa que a juzgar por los entrenos y el tiempo de la media maratón de Almería, 1 hora 32 minutos y 56 segundos, nadie dudaba que podría batirlo. Pero todo el que ha corrido una maratón sabe perfectamente, que hay muchos factores a tener en cuenta para que las cosas salgan como se han planeado.
La salida de la carrera se encuentra a unos 2 kilómetros de nuestro hotel, por lo que vamos caminando. Cientos de corredores se nos van sumando en un mosaico de colores, nacionalidades e ilusiones. La mañana es fresca, ideal para grandes cosas. El ambiente entre los corredores invita a correr y para rematar, justo antes de la salida, una de mis canciones favoritas de Iron Maiden, atrona por los altavoces. Los pelos se ponen de punta escuchando “The trooper” a toda pastilla. Todos esos pequeños detalles confirmaron algo que ya sabía, todo iba a salir bien.
Pistoletazo de salida
Nos situamos en nuestro cajón correspondiente y esperamos el pistoletazo de salida. Como si de dos robots se tratara empezamos a correr buscando el ritmo planeado, esos 4:50 por kilómetro para el que habíamos entrenado, cosa que conseguimos desde el primer kilómetro. Mucha gente corriendo codo con codo a buen ritmo en pos de una ilusión. Los primeros 5 kilómetros fueron clavados a 4:45 y también los primeros 10. De hecho, la media maratón llegó en un abrir y cerrar de ojos. Cada kilómetro que mi Garmin me notificaba que bajaba de 4:50 era un pequeño triunfo, un paso más cerca de mi objetivo. Al paso de los primeros 21 kilómetros, el reloj marcaba 1 hora 39 minutos. “Vamos genial -comenta Marimi. Ya sabes que para hacer un buen tiempo en maratón, la primera media la debes pasar casi silbando, sin cansancio”. Asiento y de forma inconsciente silbo un poco como para confirmar que tengo resuello de sobra en mis pulmones.
La mañana es fría por lo que las manos están algo entumecidas, tanto que se me cae un gel al suelo al intentar abrirlo. Nadie en su sano juicio se pararía a buscarlo. Menos mal que tengo de sobra. Pero cuando me dispongo a abrir el segundo ¡también se me escurre de entre mis dedos”. ¡Qué mala suerte la mía! Me queda un gel con cafeína que agarro como mi llevara un lingote de oro y tres dátiles en mi bolsillo.
Kilómetro 30
Los kilómetros caen uno detrás de otro a través de las llanas avenidas de Sevilla y llegamos al momento donde se deciden las cosas, el kilómetro 30. Si te has pasado de vueltas, lo pagas, si has sido cauto el cuerpo y la mente te llevan a recoger la medalla. No diría que tengo miedo pero sí respeto. Pero los entrenos me dan la razón. Un kilómetro tras otro vamos cumpliendo con nuestro objetivo. En el kilómetro 35 noto un pequeño bajón. Marimi también lo nota aunque su pulsómetro ha perdido la conexión con el GPS en varios momentos, sabe perfectamente que he bajado el ritmo. Se gira y me pregunta: “¿Qué dice tu pulsómetro?” Sin mirarla directamente respondo que a 5 min/km. He bajado el ritmo 10 segundos.
-¡No puede ser. Vamos más rápido! grita intentando motivarme.
-¡Este es el ritmo que hay! -respondo medio cabreado debido al cansacio.
Ni corta ni perezosa Marimi me empuja ligeramente del hombro haciendo que mis piernas vayan más rápido hasta comprobar que el 4:50 vuelve a aparecer. En el kilómetro siguiente se da la misma situación. Se gira y me pregunta el tiempo. No sé como pero estuve listo y respondí ¡4:50! Mentí. Ella asintió satisfecha sin darse cuenta del pequeño engaño. Llegamos al kilómetro 37. Ella se encontraba muy fuerte y yo apurando la gasolina de reserva, por lo que al salir de la Plaza de España, donde no cabía un alfiler le dije:
-Tira y bate tu récord, a lo que negó con la cabeza.
-Vete a tomar por…y bate tu récord. Debí parecer convincente porque ella incrementó el ritmo y la perdí entre el resto de corredores.
Recta final
¡¡¡Kilómetro 40 y lo voy a conseguir!!! Tengo margen de sobra para bajar de 3 horas 30 minutos aunque vaya sufriendo y bastante pero da igual. Un pie delante del otro me van acercando a la meta, la puedo oler, sentir. Escucho al speaker y cruzo la línea de meta. Ya lo tengo. El tiempo final 3 horas 25 minutos 25 segundos. Abrazo a Marimi que también ha pulverizado su mejor marca. Vaya subidón. Mi tiempo es media hora más rápido que mi primera maratón, y espero poder batirlo en otra ocasión. Como dice un proverbio chino, “tan importante es el viaje no el destino”. Cada viaje para cruzar una línea de meta te enriquece, te hace más sabio y te ayuda a darte cuenta la suerte que tenemos y lo felices que somos al calzarnos unas zapatillas.