- Cuando los cirujanos operamos a alguien de extrema gravedad y finalmente fallece pese a intuir que iba a recuperarse, acabamos sintiéndonos también víctimas.
El Colegio de Cirujanos de Estados Unidos ha publicado un artículo realmente interesante y con el que me sentido completamente identificado. Un traumatólogo se encontraba de guardia una noche, en un hospital cualquiera. Le suena el busca y cuando baja a la urgencia, un hombre joven yace muy malherido e inconsciente sobre una camilla. Ha sufrido un atropello y tanto la pelvis como la zona abdominal están irreconocibles. Es un repartidor que durante su turno de trabajo ha sufrido la embestida de un camión de la basura con consecuencias fatales.
El cirujano, pongamos que se llama Smith, es el jefe de turno del equipo de guardia de esa noche. Quizás por la edad del herido, o por los llantos desconsolados de su familia que se escuchan al otro lado del pasillo, o no sabe bien el motivo, el caso que se implica especialmente. Da órdenes a diestro y siniestro. Incluso acompaña él mismo empujando la camilla a Radiología para evaluar las lesiones
Tras la visualización del TAC no queda otra que operarle de forma inmediata. La vejiga ha estallado; parte del colon se ha quedado en la carretera y la pelvis es un puzzle difícil de recomponer. El cirujano reúne a su equipo, habla con Anestesia, y prepara al paciente para la batalla más importante; aquella en la que va a luchar por su vida. La cirugía duró toda la noche. Seguramente fue la más compleja que este cirujano ha llevado a cabo. Reconstruir todas las estructuras tan dañadas es como intentar recomponer una nuez, destrozada tras un martillazo.
Sin embargo, lo consiguió. Agotado pero contento, no sólo evitó la peor de las consecuencias, sino que cree que el paciente podrá llevar una vida digna, eso sí, después de meses de rehabilitación. Así se lo contó a los familiares en la sala de espera, que bañados en lágrimas abrazan al cirujano como si el mismísimo Dios hubiera bajado del Cielo para operar a su hijo a través de las manos del Dr. Smith.
Al llegar a casa, no pudo dormir. La adrenalina se encontraba aún presente en sus venas y le hacía revivir una y otra vez toda la intervención. Repasaba mil veces cada gesto, cada punto y cada maniobra. Al día siguiente, no tenía turno pero decidió acercarse al hospital. En la UCI eran cautos. Aún precisaba de drogas muy importantes y a dosis altas sin las cuales su corazón no sería capaz de aguantar por sí solo. Se sentó al lado del joven y observó el contenido de los drenajes, la bolsa de orina y las pantallas. El paciente está conectado a mil tubos, cables de colores y máquinas emitiendo sonidos más parecidos a una película del espacio que a un hospital.
Así transcurrió la mañana y al salir de la Unidad, la familia le reconoció y fueron raudos a preguntar por la víctima. -“Han pasado 12 horas y está aguantando. Apenas ha sangrado y ha resistido el primer asalto. Hay esperanza”, comentaba hablando despacio para asegurarse que han comprendido el mensaje.
La madre del joven, una mujer arrugada y menuda, con manos huesudas pero firmes, abraza al Dr. Smith. Sólo le llega a la altura del pecho pero el médico nota el agradecimiento a juzgar por la presión del abrazo.Los días pasan y la situación se repite hasta que un día, el joven se encuentra despierto cuando Smith llega a su cita de cada día. Es la primera vez que el cirujano escucha la voz del joven. No recuerda nada. Está asustado. Nunca se ha visto en otra y lo primero que le pregunta es si podrá volver a caminar. Smith lo mira y asiente con la cabeza aunque le advierte que no será fácil. Después de ver los resultados de las pruebas y de hablar con los responsables de la UCI, el joven irá a planta mañana.
Al salir de la sala de espera, la familia tiene montada una especie de merienda y hacen partícipe a Smith, que no puede resistirse. Son gente muy humilde, pero han traído todo lo que tienen como muestra de agradecimiento. Su hijo mañana irá a planta, anuncia Smith con orgullo. Todos hacen una piña alrededor del médico como si fuera Messi marcando el gol de la victoria en la final del Mundial.
Es Nochebuena. Smith descansa en Navidad y cuando vuelve, su corazón casi se hiela. El joven vuelve a estar intubado y con mal aspecto. -“Es una infección interna que se ha extendido por la sangre. Tiene un shock séptico” -le comunican los compañeros intensivistas. Smith insiste, implora en operarle de nuevo y limpiar la infección pero lo desaconsejan. Está tan débil que no resistiría ni dos minutos.
Camina pesadamente hacia la sala de espera donde son sabedores de las malas noticias. Ya no hay fiesta, no hay alegría. El miedo y la angustia sobrevuelan la estancia. Smith acaba su turno y se queda con ellos, entrando y saliendo.
Las noticias son malas, cada vez más malas hasta que un día, le llaman del hospital para que acuda lo más rápido posible. Al llegar, las luces y las máquinas pitando alrededor del joven parecen una feria. Esos sonidos no anuncian nada bueno. El joven fallece a las pocas horas. Sus riñones dejaron de funcionar y la infección ganó la partida.
El médico, hundido, comunica a la familia el desenlace. Todos le abrazan y le consuelan. Está roto. Están rotos. Smith jura y perjura que no volverá a operar nunca más. No quiere volver a pasar por lo mismo. Tras el paciente, el cirujano ha sido “la segunda víctima” del accidente. Su pesar es haber cometido algún tipo de error que desembocara en esa infección. Quizás si hubiera hecho esto de otra manera, a lo mejor estaría vivo… se tortura.
Los meses siguientes son una montaña rusa anímica: angustia, depresión, ansiedad. Baja laboral y consulta con el psiquiatra. Tras varias sesiones es diagnosticado del “Síndrome de la segunda víctima”. Con el paso de las semanas, Smith pudo poco a poco volver a su rutina.
El artículo dice que el 80% de los cirujanos en ejercicio han sufrido alguna vez este síndrome. Y con el COVID, muchos médicos también. Compañeros a los que las circunstancias hicieron tomar decisiones ajenas a ellos, como decidir para quién es el respirador y quién va a fallecer.
Eso también es la medicina, es el otro lado de la medicina. Para ello no te prepara la Facultad, para ello no hay nada que te prepare. Yo también he sufrido en mis carnes el “síndrome de la segunda víctima”, pero eso es una historia para otro artículo.