–La capital de Alemania celebraba el 50º aniversario de su prueba y volaron los dorsales con 58.000 corredores que tomaron la salida para no perderse la fiesta por sus calles.
La cabeza del ser humano es un enigma.
Muchas veces no encontramos explicación a cosas que hacemos, pensamos o planeamos, simplemente las ejecutamos, aunque éstas supongan sacrificio, dolor, cansancio y perseverancia.Una de esas cosas puede ser el deporte de sacrificio, la larga distancia. Esos desafíos que uno afronta en solitario, con sus miedos, inseguridades o dudas.
En verano con el calor y la humedad; en invierno con la oscuridad y el frío. Pero siempre encontramos la motivación para dejar un entorno seguro como la cama, en casa, para ponernos “la ropa de faena” y salir a torear lo que toque. Eso han debido pensarlos 58 mil corredores que tomaron la salida en la maratón de Berlín. Quizás por ser especial al celebrar su 50 aniversario, los dorsales volaron. Ningún maratoniano fiel quería perderse esa “fiesta”.
Berlín es una ciudad “especial”. Tiene una mezcla extraña: la parte moderna que pertenece a la zona capitalista y los edificios sobrios y oscuros del comunismo, pero todos unidos por unas avenidas largas, llanas y anchas donde el que no corre bien es porque no sabe o no le gusta.
Ya tuve la oportunidad en 2011 de correr esta maratón. Fue la cuarta en la que participaba; contaba con años menos que ahora pero también con unos cuantos kilos de más. No tengo buen recuerdo puesto que pinché. Ha sido de las pocas veces en las que el muro de la maratón me ha dado en toda la boca y con razón. Eres lo que entrenas y si en verano no haces los deberes, pues te estrellas
Sin embargo, en 2024 y desde hace varios años ya, mi cuerpo ha dado un cambio importante. He perdido peso, he ganado músculo; me cuido la alimentación y tomo suplementos que ayudan a que mis 53 años puedan aguantar el ritmo de vida que llevamos. Me encuentro bien pero eso no quita que tenga el mayor de los respetos por esta distancia. Si la termino, sería la número 24…quién me lo iba a decir hace unos años.
Día de la carrera
Por lo menos no hace calor -pensaba yo cuando aterrizamos en Berlín. Casi se me saltan las lágrimas al ponerme la chaqueta por el fresquillo. Este verano ha sido durísimo por el calor y la humedad, pero bueno, nadie nos pone una pistola en el pecho para hacerlo. La maratón es un acontecimiento para toda la ciudad.
No en vano es una de las 7 Majors del mundo: Nueva York, Chicago, Boston, Londres, Berlín, Tokio y Sidney. Hay carteles por todas las calles de paso y se respira en el ambiente que algo grande va a tener lugar de forma inminente.
Nuestro hotel está en todo el centro, muy cerca de la Puerta de Brandemburgo, donde se encuentra la salida y la llegada, lo que permite caminar tranquilamente y notar las vibraciones de la gente, el nerviosismo y la ansiedad de los corredores. Salimos caminando desde el hotel hacia la salida.
El grupo es numeroso y todos vamos contando batallas, lesiones o situaciones que nos han marcado de alguna u otra manera. No veo mucha tensión en los rostros de la gente. Así como en otras, se respira un poco de duda, aquí no. Quizás sean corredores más experimentados. Me dirijo a mi corral de salida. Mi hora de partida es en la primera oleada, a las 9:15. Faltan segundos para salir y como siempre, cierro los ojos y reflexiono:
-Soy un gran afortunado por estar aquí. Quiero correr por todas las personas que no pueden hacerlo y que darían lo que fuera por poder hacerlo.
-Con frecuencia las personas sólo se fijan en el resultado final, pero poca gente en el camino que hay que recorrer para llegar aquí. Todos esos amaneceres corriendo en solitario tienen que valer. Estoy seguro. Todo lo que se sufre entrenando se disfruta en la carrera.
Rezo la oración que me enseñó mi madre cuando toca enfrentarme a una situación como ésta y siempre antes de una cirugía. Suena Alan Parson por la megafonía y salimos disparados. Hay mucha gente, demasiada diría yo que hasta se hacen pequeños tapones en los avituallamientos de agua. Mi miedo es tropezar con alguien, que me hagan la zancadilla e irme al suelo.
El nivel de la gente es impresionante, sobre todo el de las mujeres. La edad media de los habitantes de Berlín son 38 años, quizás por eso los corredores son jóvenes y en una forma física espectacular.
El ambiente de los que animan no es gran cosa. Se nota que estamos en Alemania. Alguna banda de música, pero poco más. En otras maratones la gente es más efusiva. Aquí observan y aplauden como si vieran el tren pasar.
Los kilómetros pasan uno tras otro. Las avenidas son muy anchas y con tanto personal a la vez, salen más metros al tener que correr por la parte más externa de la curva.
Parece una tontería, pero en 42 kilómetros se nota. De hecho, en la media maratón había corrido 300 metros más. Voy realmente concentrado en los ritmos. La maratón es un poco esclava de los ritmos y de no despistarte mucho o pierdes el punto. Todo va saliendo como lo previsto. Tomo los geles y la hidratación y las piernas y la cabeza van respondiendo.
Es una gozada correr con fresquito y en la maratón fetiche de uno de mis ídolos como es Kipchoge. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí desde que nos levantamos del sillón en 2008? Ni yo lo sé. Quizás la determinación, el trabajo diario, un objetivo claro, ser eficiente con el tiempo han sido la clave. De hecho correr para mi es un hábito como dormir o comer. Under des Linden y ahí veo la puerta.
Los decibelios del público suben de forma importante y eso incrementa el subidón de adrenalina que mueve las piernas y el corazón de los corredores. Me da pena que se acabe. Todo el trabajo hecho y aportado que al cruzar la línea de meta, el contador se pone a cero para preparar la siguiente. Tiempo final, 3 horas 16 minutos, 36 minutos menos que hace 13 años. Estoy disfrutando como un jovenzuelo en un cuerpo de 53 años.