Es una de las maratones ilustres del calendario mundial, formando parte de las World Marathon Majors junto con Nueva York, Londres, Boston, Berlín y Chicago.

Un buen amigo, maestro y mentor diría yo, el Dr. Manuel Villanueva me dijo cuando me llamó el día previo a esta maratón: “Corre por los que hemos corrido, pero ya no podemos. Corre con tus piernas, pero con nuestro corazón y nuestra alma”. Y vaya si lo hice. Tokio es una de las maratones ilustres del calendario mundial. Junto con Nueva York, Londres, Boston, Berlín y Chicago, formando las World Marathon Majors.

La maratón nipona es la última que me queda para completar todas por segunda vez. Casi 11 mil kilómetros separan Madrid del aeropuerto Tokio Narita y tras un vuelo de 14 horas, ciento y pico españoles llegan a la capital nipona en un día frío y nublado. Tokio impresiona desde el cielo, no en vano es la ciudad más poblada del mundo rondando las 10 millones de almas. Me recuerda a una película futurista del estilo Blade Runner

Nuestro hotel está situado justo frente al Ayuntamiento de Tokio, en el centro financiero de la ciudad, el barrio de Shinjuku. El Keio Plaza es una mole de 34 pisos y nos alojamos en el 14 desde donde se contempla gran parte de esta metrópoli que desde aquí parece infinita. No quiero ni pensar cómo se tiene que notar un terremoto en esta planta.

Los días previos a la carrera son de aclimatación y turismo por la ciudad y alrededores. Visitamos lugares tan emblemáticos como el cruce de Shibuya, el más transitado del mundo, la estatua del perro Hachiko que se quedó esperando a su dueño ya fallecido, el templo Meiji, o un viaje a la aventura por el imbricado Metro de Tokio, un hormiguero humano en el que solo se oye respirar a la gente.

Las costumbres japonesas tienen lo suyo: está prohibido fumar por la calle, excepto en sitios al efecto. Está prohibido hablar por el móvil en el metro y no hay un solo papel en el suelo. Son tremendamente serviciales y amables siempre con una sonrisa en los labios aunque no entiendan nada de lo que se les pregunta. La salida de la carrera está situada justo debajo de nuestro hotel.

Importantes medidas de seguridad

Las medidas de seguridad son importantes: bolsas transparentes para el ropero, arcos de detección de metales para corredores, policías cada pocos metros y centenares de voluntarios. Cada corredor es identificado con su pulsera y el dorsal para acceder a los cajones de salida. Para certificar que Tokio es mi sexta Major, previamente he tenido que enviar a la organización el año, tiempo de carrera y dorsal de las otras cinco. Una vez verificado, me colocan en mi dorsal una estrella con un 6 en el centro para poder recoger la medalla conmemorativa, si acabo, claro está.

Mi mujer Ana también corre. Será su séptima maratón, pero el camino hasta aquí ha sido tortuoso, debiendo sortear una fractura costal por una espantosa caída en bici. No ha entrenado como le gustaría y está asustada. Es un miedo controlado, pero miedo al fin y al cabo. El domingo 2 de marzo amanece frío, unos 7 grados, pero sin lluvia, ideal para grandes cosas.

Nos dirigimos a la zona de salida junto con una muchedumbre de corredores cada uno buscando su lugar de inicio. Puerta 1, corral C. Todo está perfectamente organizado y llego con tiempo. No es fácil ubicar a 36 mil corredores en un tiempo récord. ¡Qué raro se me hace el ser uno de los pocos occidentales! Me siento como un japonés en España.

Comienzo a calentar con tiempo mientras Anase sienta en un bordillo a contemplar el ambiente, que es brutal. Justo antes de la salida, no se mueve un alfiler y la marea humana se concentra y se encomienda a sus poderes celestiales.

Ana corre con una amiga que nos dejó hace dos semanas. Su camiseta está decorada con una foto de ella, sonriendo y siendo feliz a pesar de estar enferma. Seguro que desde dónde esté, hoy está contenta. Echo la vista atrás, veo desde donde vengo, lo recorrido en estos años y donde estoy hoy. Va por ti Manolo.

Corro con mis piernas pero con tu mente y tu corazón. Me emociono y trago saliva varias veces porque el nudo que tengo en la garganta no se afloja. Acto seguido, pam, salida. Beso a Ana y salgo disparado.

Los primeros kilómetros son cuesta abajo por lo que se sale desbocado y se marcan unos tiempos de vértigo más propios de una carrera más corta, pero me digo que hoy toca arriesgar. Las piernas van de lujo y la respiración también. Estoy disfrutando como en mi vida, contemplando los edificios, la gente, el ambiente, su cultura.

Los japoneses son educados hasta para animar, gritando también y dando esas palmadas que dan ellos que casi no se escuchan. A pesar de estar en una maratón, no hay un papel en el suelo y yo no voy a ser el primero que tire uno así que me tomo mis geles y me guardo los envoltorios en el bolsillo de mi pantalón. Llego a Monchen Nakacho, la media maratón en un tiempo récord para mí, una hora y treinta y cuatro minutos y las sensaciones son magníficas, sigo con la sonrisa de un niño pequeño.

Pasado el kilómetro 26 vislumbro un grupo de banderas de Españay se me ilumina la cara. Me abrazo con mis hijas Lucía y Palomaque portan un cartel de ánimo. ¡Se te ve muy bien Papá!, me dice Lucía. Eso hago, cada paso, cada kilómetro, estoy en una nube. ¿Se puede disfrutar corriendo una maratón?

La respuesta es sí. El pulsómetro me va chivando los ritmos y están dentro de mi objetivo y aunque voy muy concentrado me maravillo al pasar por Ginza, el barrio más caro de Tokio, la Torre de Tokio o el Palacio Imperial. Nos acercamos a la meta y el ruido, ahora sí, es ensordecedor. Es como si los japoneses se hubieran contagiado de la emoción de los corredores y aúllan intentando dar el último apoyo a los esforzados de la ruta.

Leo Hibiya Park, la meta debe estar cerca, aunque por mi reloj ya he pasado los 42 kilómetros. Giro a la izquierda y ahora sí, la veo. ¡Voy a lograrlo! Otra más pero ésta es la que completa el círculo, la que da sentido a todo, la sexta Major! Cruzo la meta emocinado en 3 horas, 12 minutos y 4 segundos, 18 minutos menos que en 2018 cuando corrí aquí. Me colocan la medalla de Finisher de Tokio y doy gracias a Dios por permitirme correr. Todos los voluntarios sonríen e inclinan la cabeza al ver las medallas, diciendo “Omedeto” enhorabuena en japonés おめでとう.

Ana también acabó, sabiendo sufrir cuando tocaba y disfrutando si se podía. Dice que Tokio es su última maratón. Yo sé que no y ella en el fondo también lo sabe. Cada maratón es un recordatorio de que los límites están para romperse y que la disciplina y la constancia puede llevarnos más lejos de lo que creemos. Como corredor he aprendido que el mayor obstáculo no es el cuerpo sino la mente. No importa qué tan desafiante sea el camino, lo importante es dar el siguiente paso y avanzar. La verdadera victoria no se encuentra en el tiempo que marca el reloj, sino en demostrarse a uno mismo que es posible.