Lonzo Ball, jugador de baloncesto de 26 años, pasó de ser un prometedor alero anotador a un lisiado que pensaba en la retirada tras romperse el menisco.

 

Todos los días se conocen historias de deportistas de alto nivel que se retiran debido a distintas dolencias. Su cuerpo, exprimido hasta la extenuación, ha dicho basta, adiós. Los tejidos del ser humano no dejan de ser materiales que suelen renovarse y regenerarse, la mayoría, pero aún así, cuando no les damos tiempo, los forzamos en exceso y apretamos hasta la saciedad, se rompen. Además, contamos con el hándicap del tiempo.

Un atleta profesional pierde dinero cuando no juega. El entrenador mete prisa, el representante presiona y el jugador se deprime. Conclusión, una cirugía rápida para resolver el problema pensando en el presente pero no en el futuro. Eso ha podido suceder con el jugador de la NBA Lonzo Ball. De 26 años, pasó de ser un prometedor alero anotador a un lisiado que pensaba en la retirada.

La historia de Lonzo

Es un jugador delgado para sus 198 centímetros. Sus rodillas soportan 86 kilos, lo cual no es mucho. Sin embargo, juega al baloncesto. Miles de saltos, centenares de giros provocan un estrés tremendo para tejidos encargados de dar estabilidad y amortiguar los golpes que este esfuerzo provoca: los meniscos. Lonzo se rompió por primera vez el menisco de su rodilla izquierda en 2018. Imagino que intentaron suturarlo, o no. El caso es que se recuperó y volvió a jugar.

Al tiempo una nueva lesión de menisco. En este caso se realizó una meniscectomía parcial, es decir, se recorta el menisco como el que lo hace con una uña. Quitas un poco, lo que está suelto o está desprendido parcialmente y que provoca el dolor y los derrames de la rodilla. Sin embargo, tras extirpar el menisco dañado, lo que quedó fue tan escaso que el cartílago, esa fina capa que recubre el hueso de las articulaciones, se quedó solo. Sin menisco de tamaño y estructura adecuada, el cartílago golpea uno contra otro

El fémur de forma redondeada como la mitad de una naranja, golpea contra una superficie plana como es la tibia. Pero ese efecto tiene una vida muy corta. El cartílago no está diseñado para eso y sufre. Se debilita, se adelgaza y finalmente se agrieta dejando una herida dentro de la articulación. Esa herida, con el paso del tiempo se hace más grande y más profunda, dejando expuesto lo que queda debajo del cartílago, el hueso subcondral. Y a diferencia del cartílago que es mudo, el hueso sí que habla, y lo hace con dolor y con inflamación.

Lonzo no pudo más y paró. Después de tratarse con métodos conservadores y no ver ningún resultado, buscó la alternativa más desesperada, la cirugía. Eso significaba jugárselo todo a una carta que podía salir bien o no. De hecho, con una lesión como ésa, sin menisco ni cartílago, y tras una cirugía, ningún atleta profesional pudo retornar a la competición, al menos, con el nivel parecido a antes de la lesión. Lonzo se sometió a una doble intervención:

-Por un lado, y como principal origen de todo, había que reponer ese menisco. Sin un menisco nuevo, sin una suspensión que absorbiera los golpes, todo lo que se hiciera en esa rodilla iba a fracasar. Se realizó un trasplante meniscal. Se buscó un donante que coincidiera en tamaño y forma con la rodilla del huésped que lo iba a recepcionar.

-El otro objetivo consistió en reparar el cartílago. Por lo que cuenta el jugador, el hueso que se encuentra debajo del cartílago también se encontraba dañado. Se suele hundir y quedar como un socavón, un cráter, por lo que si sólo colocamos una capa de cartílago a modo de sábana que cubra ese hueso, el socavón no se rellena.

Por eso, el trasplante de cartílago debe llevar hueso asociado. Consiste en colocar cilindros que lleven una estructura de hueso y en la punta, una tapa de cartílago. Se colocan tantos cilindros como grande sea el defecto. Es como enterrar un pilar de hormigón en una superficie. Ese pilar sería el hueso y lo que queda en la superficie sería la baldosa que se coloca haciendo las veces de cartílago.

De esta manera, el socavón debido al hueso hundido se rellena, y el cartílago también se repone. Hay que esperar al menos dos meses para conseguir un apoyo razonable, una vez nos hayamos asegurado que el hueso ha consolidado y no hay riesgo que se hunda ese cilindro de hueso-cartílago.

Además hay que darle tiempo al menisco a que se integre dentro de su nuevo hogar. Al no tener ningún tipo de riego vascular por sí mismo, el menisco del donante no genera riesgo de rechazo. Y comenzó a fortalecer y a progresar en movilidad.

La respuesta de su rodilla era una incógnita y el progreso se fijaba día a día, sin más visión a largo plazo. Más de 1000 días después, ha jugado sus primeros minutos en la NBA. He visto algunas imágenes del partido y se le ve con miedo. No entra al choque, corre una velocidad más lenta que sus compañeros pero con la misma calidad técnica que atesoraba antes. Su rodilla se encuentra al 70%, según las propias palabras del jugador.

Sin embargo, ya no tiene el dolor que tenía antes, ni durante los entrenos ni después, lo que es ya un éxito. Habrá que darle mucho cariño a esa rodilla, dosificándola para no caer en el mismo error, y quién sabe hasta dónde puede prolongarse la carrera de Lonzo Ball.