Los niños tienen una fisiología y características especiales por lo que habrá que revisar la dosis a inyectar para que sea acorde al peso, sin causar ningún tipo de efecto secundario.
Todo el planeta anda enfrascado en una carrera contrarreloj para conseguir el mayor número de personas vacunadas. Es importante obtener un porcentaje de la población inmune porque el virus puede mutar, hacerse resistente a las vacunas y que la pesadilla regrese a la casilla de salida. En cambio, si el virus no tiene donde alojarse porque la mayor parte de la población está preparada para luchar contra él, gracias a la vacuna, habremos ganado la batalla y nuestra vida estará más cerca de volver a la normalidad.
Los sanitarios, los ancianos de las residencias y los mayores de 80 años fueron los primeros en conseguir la inmunidad. Los datos avalan la campaña de vacunación. A diferencia de las anteriores olas en las que el personal sanitario fue literalmente diezmado por la pandemia, la falta de medios y la gestión nefasta, en este momento las cifras de contagiados en el colectivo de la salud son mínimas. Lo mismo sucede con las residencias y los mayores. Aunque hay brotes aislados en los centros, la mayor parte de los residentes son asintomáticos y la cuarentena trascurre sin sobresaltos. De hecho, el perfil de paciente ingresado en planta y en UCI se ha desplazado a edades más tempranas: aquellas personas entre los 50 y 60 años.
Pero quizás nos hemos olvidado de un grupo de edad, que por no aparecer, no se incluyeron en los primeros ensayos de las vacunas: los menores. Puede darse la extraña situación que la mayor parte de la población adulta se encuentre vacunada y los niños no; una familia de cuatro miembros cuyos padres sean inmunes pero que los hijos puedan contagiar la enfermedad.
Hasta la fecha, las pruebas y los tests se han centrado en los mayores de 16 y de 18 años con la excusa no sin fundamento que el COVID19 no es tan agresivo ni dañino para los más jóvenes como lo es para los adultos. Aunque esta semana Pfizer ha anunciado una gran noticia: la vacuna de Pfizer-BioNtech es segura y efectiva para los niños de edades comprendidas entre los 12 y los 16 años. Además, ha anunciado que está realizando ensayos para los menores de 12 años. Moderna a su vez, también ha anunciado que está trabajando en estudios para la población más joven, y el rango de edad va desde los 6 meses a los 11 años. Johnson & Johnson también se ha unido a la carrera en busca de la vacuna infantil.
Las compañías argumentan que no han dejado de lado a los más jóvenes a propósito. Se ha querido valorar la reacción de la vacuna en los adultos, en primer lugar, por ser la diana del COVID-19 y para valorar su seguridad, sobre todo cuando un vacunado vuelva a entrar en contacto con el virus. El miedo a una respuesta inmunitaria desproporcionada ha sido la mayor preocupación. En el caso de los niños siempre se recuerda lo que ocurrió en Filipinas cuando se vacunó a la población infantil contra el virus del Dengue. La compañía francesa Sanoficomercializó Dengvaxia, a priori la vacuna que acabaría con la enfermedad. Pues bien, la vacuna provocó una reacción en algunos de los vacunados, haciendo que cuando entraron en contacto con la enfermedad, en lugar de estar protegidos, les volvió más sensibles al virus llegando a provocar fiebres hemorrágicas y agravando la enfermedad mucho más que si no estuvieran vacunados.
No debemos olvidar una premisa importante que los pediatras siempre “Los niños no son adultos pequeños”. Los niños tienen una fisiología y características especiales por lo que una de las cosas que habrá que revisar es la dosis a inyectar para que sea acorde al peso, sin causar ningún efecto secundario y además resulte efectiva. Se prevé que a primeros de 2022 las vacunas se encuentren autorizadas para la población infantil y adolescente.
En Estados Unidos se están planteando muy seriamente el intentar vacunar a su población infantil y adolescente para cuando comience el curso escolar en agosto de 2021. Incluso algunos estados hablan de la obligatoriedad de vacunar antes de comenzar el colegio, pero ya se sabe cómo funcionan allí. Cada estado tiene su propia ley al respecto y será difícil poner a todos de acuerdo.
El hecho de que la maldita enfermedad no afecte seriamente a los niños no implica que se les deba dejar al margen en la vacunación. Se pueden convertir en un reservorio idóneo y asintomático para que el virus circule sin control y la pandemia se convierta en el día de la marmota, que nunca acaba. En un estudio presentado en Estados Unidos acerca de las infecciones por COVID19 en niños, entre mayo y septiembre de 2020, se recogieron un total de 9000 casos. Sin embargo, realizaron estudios de anticuerpos a un grupo importante de población infantil, aprovechando la necesidad de realizar un análisis de sangre. 114.000 niños desarrollaron anticuerpos frente al COVID 19. Eso supone 13 veces más cantidad de infectados aunque asintomáticos de lo que los registros oficiales habían recogido. En lo que llevamos de pandemia, en dicho país 13500 niños tuvieron que ser hospitalizados debido al COVID-19; de ellos 258 fallecieron. Cierto es que lo que tuvieron menos suerte fueron niños con severas patologías previas como la obesidad, diabetes o problemas de corazón. Los niños de raza negra y latina fueron los que más se contagiaron y precisaron ingreso hospitalario. Las autoridades sanitarias de aquel país concluyeron de forma aplastante: “Si la población infantil supone el 25% del total de la población de nuestro país, y probablemente el porcentaje sea aún mayor en lo que a población mundial se refiere, la inmunidad de rebaño no se alcanzará hasta que los niños se encuentren inmunizados gracias a la vacuna”.