3 horas, 9 minutos y 5 segundos, disputé la prueba pese a lesionarme días antes con una microrrotura fibrilar y me supo de forma especial
Lo peor que le puede pasar a un deportista es lesionarse. Lo peor que le puede pasar a un deportista es lesionarse y hacerlo cerca de la fecha de la prueba; lo peor que le puede pasar a un deportista es lesionarse, cerca de la fecha de la prueba y no saber si podrá correrla. Eso fue ni más ni menos lo que me ocurrió a mí. Dos semanas antes de la maratón, en mi último entreno de calidad, faltando 5 kilómetros para acabar, un pinchazo en el muslo derecho me obligó a parar. La sensación era ya conocida. Es un dolor como si te cortaran por dentro. No podía correr; el solo hecho de alargar la pierna me dolía. Me he roto, seguro -pensé mientras caminaba algo más de dos kilómetros en busca de mi coche. He seguido un entreno a rajatabla, descanso y buena alimentación analizaba cabizbajo. Pero ya se sabe el dicho: “cuando mejor estás es cuando puede venir la lesión”. Un día frío, quizás cansancio acumulado y unos ritmos más exigentes de lo que estaba estipulado en el entreno provocaron este desenlace.
Al día siguiente, resonancia y diagnóstico: microrrotura del bíceps femoral. Dos opciones se abrían ante mi: abandonar o intentar llegar a la maratón. No soy de los que abandonan, así que puse toda la tecnología a trabajar. Me dedico a ayudar a gente en estas circunstancias así que voy a intentar curarme a mi mismo a contrarreloj. A los dos días de la lesión me infiltré plasma rico en factores de crecimiento y me traté con Pablo Muñoz de Vegasalud, ondas de choque y EPI. Al tercer día con Lorenzo García en su centro Activo Ejido comenzamos a trabajar la fuerza específica del grupo muscular lesionado para adaptar la cicatriz que se estaba formando. Antonio Castañeda con Indiba para aportar calor y vascularización en la zona y a repetir todo el ciclo la semana siguiente. David Utrera, recuperador de la UDA que ahora trabaja en Qatar, fue el encargado de coordinar todo, de marcar los tiempos y programar cuando y cuanto correr. Un equipo de lujo para vencer el miedo. Toda lesión trae consigo el temor a no poder. Aún recuerdo el primer día que comencé a trotar en la cinta tras romperme. Fue el jueves, sólo 4 días tras la lesión. Trotando muy despacio iba muerto de miedo esperando que el dolor apareciera. No lo hizo. Después de una lesión se produce un efecto que se llama inhibición. El músculo y el cerebro se alían para no repetir el daño. Hay un bloqueo que te impide avanzar, trotar porque el miedo está ahí. Es como si el músculo dañado se pusiera en huelga y se negara a funcionar con normalidad, contagiando a los músculos que hay alrededor. Con paciencia y paso a paso se logra vencer esa inhibición, así fue. Cada día fue un examen porque se incrementaban los ritmos y la distancia, sin dolor. La inhibición y el miedo dejaron paso a la sensación de volver a sentirme corredor. Casi lloro cuando pude correr a 5 min/km en la cinta y sobre todo, cuando cuatro días antes de la carrera y con la compañía de mi amigo John Duong pude correr al ritmo de maratón que tenía previsto antes de este contratiempo. Estaba listo. Han sido meses duros de entrenos, de madrugones pero de disfrute absoluto. Mi cuerpo se ha ido adaptando a los ritmos y distancias propuestas sin rechistar, como un soldado bien entrenado.
Llegamos a Florencia los mismos corredores que acometimos Praga: mi mujer Ana, Oti Mena y Paco Fernández todos en pos de su segunda medalla de finisher y mi compañero de entrenos Francis Ruiz y su mujer María del Mar Pomares. Todos con ilusión pero con precaución por las molestias y dolores que son inevitables compañeros de viaje en una prueba de este calibre.
Día de la maratón
Amaneció en Florencia nublado y con fresquito, un día ideal para correr. La salida y la llega es en la Plaza del Duomo, entorno maravilloso para comenzar y dar colofón a la prueba. Doscientos españoles entre los doce mil corredores fuimos de la partida. La consigna siempre es la misma, se sale conservador guardando fuerzas y si queda gasolina en la segunda media, a volar.
Disparo de salida
Los primeros cinco kilómetros voy regulando mucho, de motor estoy sobrado pero tengo que esperar a mis piernas, hay que ser paciente y que la cicatriz del músculo se adapte al ritmo y sobre todo que resista. Intento no pensar y disfrutar cada zancada. Dos semanas atrás estaba derrotado y no pensaba correr; ahora estoy en la maratón y corriendo. Los primeros 10 kilómetros pasan volando. Recorremos el centro de Florencia, atravesamos el mítico puente Vecchio atestado de personas animando. Una gozada absoluta que pone los pelos de punta. En el kilómetro 19 reconozco una camiseta. Mi amigo Francis está parado en uno de los lados de la carrera. ¡Vamos Francis, pégate a mi! -le grito pero veo como niega con la cabeza y se toca el aductor. La pubalgia que le ha estado acosando estas últimas semanas le quita las fuerzas y las ganas. Sin él jamás hubiera llegado hasta aquí. Ha tirado de mi en cada entreno, ha aguantado lo indecible y ha cambiado mi forma de correr. Le estaré eternamente agradecido.
Llego a la media maratón en 1 hora 37 minutos largos. Si me tuviera que parar por el dolor, tardaría unas 3 horas en acabar -pienso para mi. El dolor no va a volver así que toca volar como dijo David Utrera. Los kilómetros van cayendo uno tras otros y los ritmos rondan los 4:20 a 4:30/minutos por kilómetro. Un auténtico disfrute. Voy muy concentrado corriendo sobre la línea verde que marca el trazado de la carrera. No hay rastro del bíceps, no hay inhibición, no hay nada más que ganas de correr y vaya si corro. Sonrío cada vez que mi Garmin me avisa del paso de un nuevo kilómetro. En el 30 adelanto al grupo de corredores con el globo de 3 horas 15 minutos. Un corredor de ese grupo se queja a su compañero “sonno mutilatto” le dice y me provoca una sonrisa.
Una maratón es una carrera de 10 kilómetros que comienza en el 32 y como por arte de magia adelanto a un corredor con unos calcetines en los que se puede leer en un pie AQUÍ y en el otro AHORA. ¡Qué gran verdad! Y doy otro cambio de ritmo, ya a muerte adelantando a decenas de corredores mientras doy gracias a Dios por permitirme correr, disfrutar y sentir lo que estoy sintiendo. No dejo de sonreír mientras veo el Duomo entre las estrechas calles de la capital de la Toscana. Alzo los brazos, aprieto los dientes y cruzo el arco de meta en 3 horas, 09 minutos y 05 segundos, 10 minutos más rápido que mi anterior carrera en Praga. Ese era el objetivo, pero la lesión sembró de dudas mi cerebro. El resto del equipo terminó y rebajando tiempos. Francis volverá e intentaremos el asalto a las 3 horas. Correr es un estilo de vida que nos hace ser felices y estar sanos, esperemos que por muchos años. Gracias a todos los que lo habéis hecho posible.